Un Viaje a Libertad: la Historia de Wilberto Artola Mejía

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Lo que comenzó como una mala experiencia en mi vida, se convirtió en bendiciones, gracias a la Divina Providencia. Vivo en Estados Unidos, desde hace 4 meses, el país queme recibió luego de ser expulsado de mi patria, tras permanecer en la cárcel por dos meses.

Uno de esos días no tan normales, mi esposa se levantó muy temprano por la mañana del 9 de febrero para iniciar su jornada de trabajo, con el dolor de saber que yo continuaba encarcelado. Pero fue cambiando cuando los rumores comenzaron a invadir las redes sociales: un grupo de presos políticos estaban siendo liberados.

Hazzel Mariela Pérez Blandón, mi esposa, junto a mis dos hijas, Wendy Mariela de 17 y Jessel Gabriela de 12 años, cargaban consigo el dolor y sufrimiento por la separación familiar que habíamos tenido tras mi secuestro injusto.

Ese 9 de febrero, fue el inicio de una nueva vida, las dudas eran despejadas y efectivamente, 222 presos denominados políticos, eran liberados, entre ellos, yo. 

Soy Wilberto Artola Mejía, tengo 44 años de edad, nicaragüense, periodista, trabajé por 24 años en la Diócesis de Matagalpa, una ciudad ubicada al norte del país.

La cárcel, la expulsión y el viaje a la libertad

Eran la madrugada del 9 de febrero, llegábamos en un autobús al aeropuerto de Managua, y luego subimos a un avión del Departamento de Estado de EEUU. ¡Bienvenidos al vuelo de la libertad! dijo el piloto del avión y entre aplausos, gritos y lágrimas dejábamos nuestro país, nuestra familia y toda nuestra vida de nicaragüenses. Ahí entendí que estaba siendo expulsado de mi patria, pero que iniciaba una nueva vida. 

Esa experiencia inició al atardecer del 11 de diciembre del año 2022, fui citado a la estación policial de Matagalpa, me presenté de inmediato y  fui detenido por los agentes policiales quienes me apresaron y me trasladaron junto al director de Medios de Comunicación de la Diócesis, Manuel Obando, a la Dirección de Auxilio Judicial de Managua, conocida como El Chipote, fuimos atados, con bridas con las manos hacia atrás, y llevados en la parte trasera de una camioneta en un recorrido de más de tres horas hasta llegar al penal, en donde permanecí por 2 meses.

La vida en la cárcel

Había sido separado injustamente de mi familia: mis hijas y mi esposa, mis padres y hermanos sufrieron por mi encarcelamiento. Ese fue el dolor más grande de esa mala experiencia.

Las primeras 24 horas de cárcel, fue en una pequeña celda, de dos metros aproximadamente, en donde solo podía permanecer sentado, mientras realizaban interrogatorios.

Luego fui trasladado a una cárcel más grande, ahí estuve con personas que me animaron a sobrellevar esta amarga situación. Solo pasaron dos días y luego me trasladan a una celda denominada de castigo: era un espacio pequeño, aislado, de unos 4 0 5 metros, solamente había dos camas una sobre otra, de concreto con una colchoneta y un espacio para servicios higiénicos sin ningún tipo de privacidad.

El lugar estaba completamente cerrado, unos barrotes en el techo y desde afuera una luz muy resplandeciente que iluminaba permanentemente, lo que permitía que no supiera si era de día o de noche. Solamente había una pequeña ventana en la puerta principal por donde nos pasaban la comida. Durante los siguientes días hasta mi liberación permanecí en esa celda junto a otro preso.

Los días pasaban “como en cámara lenta” La oración y la confianza en Dios, nos permitió enfrentar las dificultades y vencer la tortura psicológica que vivimos en ese lugar.

Ángeles en el camino

El miércoles 8 de febrero luego de cumplir la rutina de la cárcel, nos disponíamos a dormir, pero el sueño fue interrumpido cuando recibimos la orden de quitarnos el uniforme de presidiarios de color azul para colocarnos la ropa que usábamos para las visitas familiares. 

Nos sacaron de la celda, nos reunieron a todos y en autobuses separados nos llevaron al aeropuerto para nuestro exilio. Al llegar a EEUU, muchas personas, nos ayudaron, nos orientaron para iniciar nuestra vida en este país, nos abrieron las puertas de sus casas y nos brindaron su solidaridad.

La Diócesis de Gaylord, Michigan, nos abrió las puertas a un grupo de 4 ex presos, entre ellos el padre José Luis Diaz, Manuel Obando, Sergio Cárdenas y yo (todos de Matagalpa) Fue así que decidimos llegar a Traverse City, en donde residimos actualmente.

Otro gran milagro:  el reencuentro con mi familia  

Pero faltaba algo, aún permanecía el dolor por la separación familiar, gracias a la misericordia de Dios, que se hizo presente a través del padre Wayne Dziekan y monseñor Jeffrey J. Walsh, realizaron gestiones y así mi esposa y mis dos hijas pudieran reencontrarse conmigo en el mes de abril del 2023, después de aquella injusta separación.

Actualmente estoy en el proceso de los documentos migratorios necesarios, en busca de trabajo, mientras mi familia y yo vivimos un tiempo de adaptación, en esta nueva vida.

Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, (Filipenses 1:3)

Agradezco a cada persona que nos ayuda, a quienes han orado por nosotros, a monseñor Walsh, al padre Wayne, que es un gran amigo.

Mi agradecimiento a quienes ocupan parte de su tiempo, su espacio y comparten de lo que tiene conmigo y mi familia.
A la Santísima Virgen María y San José, por interceder por mi liberación, el reencuentro con mi familia y la nueva vida en este país.
Como el salmista solo puedo decir: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? (salmo 115).